El café más amargo

Hace unos doce años que leí este artículo en  El Nuevo Día escrito por Stella Soto. Es una de estas lecturas que te dejan marcado para siempre. Primero en copia impresa  sobrevivió varias mudanzas. Después en copia electrónica ha pasado por varias computadoras.  Regresa  de vez en cuando  para dejarme saber de su existencia y de su poder. Anoche me  «pidió»  que lo compartiera con el mundo.

EL CAFE MÁS AMARGO

POR STELLA SOTO

jueves, 6 de abril de 1995

EL NUEVO DÍA

Frente a la luz del tapón y allí estaba Omayra con su vasito de plástico y su mirada cansada. Como un ritual, Omayra se iba acercando para pedir automóvil tras automóvil hasta llegar al mío. Al principio rezaba por que cambiara la luz pronto y no llegara hasta mi, igual que hacía cuando se me acercaban los limpiaparabrisas improvisados. Creo que era por miedo. Me aterraba la idea de mirarle a la cara, de ver su miseria y su sufrimiento tan al descubierto. Creo que era más fácil continuar mi camino indiferente… Como tantos. Con el paso de los meses fui perdiendo el miedo y acariciando en mi mente la idea de hablarle. Todas las mañanas mientras esperaba en el desfile de carros detenidos por el tapón en la luz -que para mí se convirtió en la más larga del mundo-, me inventaba historias sobre Omayra y su pasado. En vano intentaba ponerle edad porque la expresión de Omayra estaba tan gastada que era imposible ubicarle. Sus ojeras día a día parecía que se marcaban más negras, quizá por el sueño atrasado de toda una vida. Y el cuerpo se consumía ante mis ojos. Imagino que los escalofríos del vicio no la dejaban dormir ni mucho menos comer. Omayra se estaba desapareciendo, convirtiéndose en un fantasma que pronto dejaría de ser carne y tristeza para pasar a ser un suspiro. ¿Sería mejor para ella? Tal vez nadie la lloraría y quizás ella misma estaría eternamente agradecida de su mejor suerte. El caso es que un buen día supe que no podía esperar más. El tramo de la luz que antes me parecía interminable hoy se me escapaba de las manos. Ya el tapón no era suficiente para escudriñar la vida de Omayra. Se me evaporaba y me alarmaba la idea de que tal vez mañana o el lunes siguiente ya no estuviese parada en la luz, con su color ceniza y sus calamidades a cuestas… como siempre. Me decidí.

Cuando por fin me toco el turno y la vi acercarse arrastrando el cuerpo frágil y el vasito plástico de recoger monedas, bajé la ventana. Omayra pensó que, como todos los días, compartiría un poco de mis sobras con ella. Pero no, esta vez le dije que la invitaba a desayunar.

¿A mi? ¿Y por qué? -me pregunto sorprendida y al mismo tiempo temblando de miedo-. De golpe me hizo saber que no iba para ninguna institución y que no tratara de comprarle su conciencia. Lo único que quiero es conocerte, la tranquilice. Aceptó porque hacia dos días que no comía y no podía darse el lujo de negar un bocado que no tenía que pagar. ¿Y adónde vamos? -pregunto divertida. Súbete, le dije levantando el seguro con el coro de bocinas desesperadas por la prisa de no llegar tarde a un trabajo en donde quizá no los esperaba nada.

En el camino los ojos de Omayra se me prendieron como alfileres al cuello, a la cara… por todo el cuerpo. Yo también la observaba de reojo, espiaba sus marcas en casi todos los rincones… por los brazos, por las piernas… iba descalza. Entonces fue que me dijo que se llamaba Omayra y me pregunto quien yo era. ¿Qué quieres de mí? -me dijo y al contestarle que nada, no me volvió a mirar en todo el camino.

Llegamos a una cafetería que estaba muy cerca. Cuando nos sentamos en una mesa vi a los empleados diciéndose secretos, cuchicheando, señalando y preguntándose quien vendría hasta nuestra mesa. »Es por mí… si quieres me voy», me dijo temblorosa. Le conteste que todo estaba bien y ordene dos cafés y, según Omayra, el mejor desayuno que jamás se había comido: huevos, tostadas, jamón y jugo.

Fue el café más amargo que me he tomado. Aun siento el ardor de las palabras de Omayra en mi boca, con cada sorbo de café y entre sus bocados apresurados por volver al tapón me contó su historia. Me fijé de cerca en sus facciones, en su cabello sucio de hacia meses… sus ojeras tan profundas. Vi como había perdido casi todos los dientes, y como la droga le había desgastado la sonrisa que creo que una vez fue muy hermosa.

Me contó que tenía mi edad, es más, resulta que casi éramos gemelos. »Yo no siempre fui así», me confesó atragantada con un pedazo de pan. »Yo era como tú», me aseguró masticando con la boca abierta y el banquete de huevo y jamón rumbo a la garganta.

Quizás era cierto. Quizás podríamos haber sido hermanas, amigas o por lo menos haber corrido la misma suerte. A los trece años se fue de su casa porque su padre ya hacia muchos años que la violaba. Me contó que tan pronto tuvo fuerzas suficientes, un día lo golpeo en la cabeza mientras el se le iba encima y salió corriendo para no regresar jamás. »En la calle te haces adicta para olvidar… para no sentir tu propio cuerpo mientras otro cuerpo te aplasta… es mejor así». A mi se me hacia un nudo de pensar en que pude haber sido yo, en que quien había sido yo para juzgar su vicio día tras día en la luz… en que podía yo hacer para ayudarla. »No puedes hacer nada. Ya hiciste tu parte, el que te hayas atrevido a hablarme, a que te vean conmigo ha cambiado mi vida,» me dijo ya terminando de comer.

Le pregunté que por qué no se rehabilitaba, que por qué no intentaba una nueva vida. Se quedó callada mientras los empleados cambiaban de mesa a una señora y a su hija porque se quejaban de Omayra. Se quejaban de Omayra, de su peste mas allá de la vida, de la inmundicia de su vicio, de sus marcas tan visibles. Se quejaban también de mí, de que si yo estaba loca, de que como me atrevía a acercármele. Yo agradecí la suerte de estar sentada con Omayra y no con la señora y su hija.

Le pregunté que si podía escribir su historia y sin titubear me contestó que sí. Me dijo que me prestaba su vida para que pudiera ayudar a otras niñas, tal vez a las que nunca ella tuvo. Me dijo que total ella nunca lo iba a leer y que al fin y al cabo nadie la reconocería. »Claro que puedes escribir de mí, yo soy Omayra la de la esquina… y tu desde hoy eres mi única amiga».

Ya no vi a Omayra al día siguiente en la luz. La verdad es que no he vuelto a verla nunca más. Espero que no me olvide, porque a mí su vida se me pegó del alma.

6 comentarios

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    • Wilfredo el viernes 8 de junio de 2007 a las 9:08 am

    Me he quedado sin palabras. Nunca habia leido esto. Mil y una gracias por compartir esta historia.

    • RAFUCO el viernes 8 de junio de 2007 a las 2:42 pm

    Lamentablemente lo que dijo Omayra («te haces adicta para olvidar») es algo que todos hacemos en menor a mayor grado…con alcohol, el trabajo, las novelas, musica o drogas ilicitas…unas cosas mas saludables que otras…con mas reperciciones fatales que otras…para olvidar la tragedia que, segun la definicion de cada cual, estamos viviendo. Omayra vivio una muy triste y que es una realidad humana que debiera de extinguirse. Omayra y su historia es un simbolo mas de que la pobreza de Puerto Rico es psicosocial…y si no nos ponemos las pilas puede ser economica tambien…»el hambre no avisa nunca; vive cambiando de dueño» decia la cancion de Arjona…que Omayra pueda olvidar sin matar su cuerpo y su alma es mi deseo…

    • Roberto Omar el viernes 8 de junio de 2007 a las 10:45 pm

    Wow :sad:, ciertamente como dice Wilfredo, no hay palabras. Algo tan sencillo como un desayuno, una conversación, bastó para que Omayra considerase a Stella como amiga, su única amiga. Historias como ésta nos da un detente en la vida y nos hace pensar lo agitado que vivimos la misma, muchas veces haciendo cosas vanas, y no cosas que valgan la pena, como lo contado en esta historia. Mario, gracias por compartirla.

  1. Si quieres saber que le pasó a Omayra, debes leer la novela El Killer, de Josué Montijo, Ediciones Callejón, 2007.

    • Mariselis el sábado 9 de junio de 2007 a las 9:43 am

    ¡Wow!. ”En la calle te haces adicta para olvidar… para no sentir tu propio cuerpo mientras otro cuerpo te aplasta… es mejor así”. No tengo palabras. Gracias por compartir la historia.

    • LIS el sábado 9 de junio de 2007 a las 7:14 pm

    ME HE QUEDADO SIN PALABRAS 💡 A VECES JUZGAMOS A LOS DEMAS SIN TAN SIQUIERA CONOCERLOS Y SIN SABER QUE CADA PERSONA QUE LLEGA A NUESTRA VIDA DEJA UNA HUELLA EN ELLA

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