El gran amor de Nervo

  Estudié  la obra de Amado Nervo  obsesivamente  en escuela superior y en mis primeros años de estudios universitarios.  Me atrajo su espiritualidad, su misticismo y la sencillez de su expresión. Obras como  Serenidad, Elevación y PLenitud se convirtieron en mis libros de oración y meditación diaria. Pero el que me marcó profundamente fue «La Amada Inmóvil».  Este libro Nervo  lo dedica a  Ana Cecilia Luisa Daillez, una mujer con  quien  tuvo una relación amorosa por espacio de diez años y murió prematuramente en 1912. A pesar de que se desconocen las razones por las cuáles Nervo mantuvo este amor en secreto, no hay duda que Ana Cecilia fue el gran amor de su vida.

La muerte de  su amada  le inspiró a Nervo unos poemas que reflejan el amor profundo que sentía hacia ella. Ejemplo de esto es su conmovedor Gratia Plena:

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía;
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar…
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia como el Avemaría;
¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como margarita sin par,
el influjo de su alma celeste amanecía…
era llena de gracia como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía;
era llena de gracia como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar,
y cadencias arcanas hallará mi poesía,
era llena de gracia como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
¡Cuánto, cuánto la quise! Por diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca suelen durar.
Era llena de gracia como el Avemaría
y a la Fuente de Gracia, de donde procedía,
se volvió… como gota que se vuelve a la mar.

En «Mi Secreto» Nervo  confiesa que está enamorado de una muerta:

Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido
de amores por un ser desaparecido,
por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido…
¿Mi secreto? Te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!
¿Comprendes -tú que buscas los visibles
transportes, las reales, las tangibles
caricias de la hembra, que se plasma
a todos tus deseos invencibles-
ese imposible de los imposibles
de adorar a un fantasma?
¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
y será!
Si por mí sólo ha latido
su noble corazón, hoy mudo y yerto,
¿he de mostrarme desagradecido
y olvidarla, no más porque ha partido
y dejarla, no más porque se ha muerto?

En La Amada Inmóvil se refleja el dolor y la impotencia que se siente al perder lo más querido y  tener que enfrentarse a la Vida sabiendo que vamos muriendo lentamente. Es un libro desgarrador  pero al mismo tiempo nos lleva a comprender que la vida es finita y hay que abrazar, amar, compartir y vivir plenamente ahora y no más tarde. Más tarde, puede ser demasiado tarde.

Los dejo con otro gran amor y una hermosa canción:

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3 comentarios

    • Manolo el domingo 15 de octubre de 2006 a las 1:17 pm

    Me besaba mucho, como si temiera
    irse muy temprano… Su cariño era
    inquieto, nervioso. Yo no comprendía
    tan febril premura. Mi intención grosera
    nunca vio muy lejos
    ¡Ella presentía!
    Ella presentía que era corto el plazo,
    que la vela herida por el latigazo
    del viento, aguardaba ya…, y en su ansiedad
    quería dejarme su alma en cada abrazo,
    poner en sus besos una eternidad.

    Es mi preferida de Nervo…

    • Raymundo Arenas Villanueva el domingo 10 de diciembre de 2006 a las 9:39 pm

    De los mas de ochenta poemas que componen la obra La Amada Inmóvil, el mas triste de ellos me parece que es La Trenza

    • Mario Núñez el domingo 10 de diciembre de 2006 a las 9:45 pm
      Autor

    Raymundo;

    Sin duda «Su trenza» es realmente un poema muy de muchísima angustia:

    Bien venga, cuando viniere,
    la Muerte: su helada mano
    bendeciré si hiere…
    He de morir como muere
    un caballero cristiano.

    Humilde, sin murmurar,
    ¡oh Muerte!, me he de inclinar
    cuando tu golpe me venza;
    ¡pero déjame besar,
    mientras expiro, su trenza!

    ¡La trenza que le corté
    y que, piadoso guardé
    (impregnada todavía
    del sudor de su agonía)
    la tarde en que se me fue!

    Su noble trenza de oro:
    amuleto ante quien oro,
    ídolo de locas preces,
    empapado por mi lloro
    tantas veces…, tantas veces…

    Deja que, muriendo, pueda
    acariciar esa seda
    en que vive aún su olor:
    ¡Es todo lo que me queda
    de aquel infinito amor!

    Cristo me ha de perdonar
    mi locura, al recordar
    otra trenza, en nardo llena,
    con que se dejó enjugar
    los pies por la Magdalena…

    Gracias por referirnos al mismo.

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