Espejos de Eduardo Galeano

Los espejos están llenos de gente.
Los invisibles nos ven.
Los olvidados nos recuerdan.
Cuando nos vemos, los vemos.
Cuando nos vamos, ¿se van? (Espejos, Eduardo Galeano)

Leer  una obra de Eduardo Galeano lleva a la reflexión  que nos ayuda  entender  más profundamente este mundo que nos rodea y cada vez más nos enreda con sus contradicciones e injusticias. Me fascina su estilo basado en historias cortas que te conmueven y te revientan como cartucho de dinamita en la psique.

Hoy comencé a leer su libro Espejos, Una Historia Casi Universal y tomo un receso de su lectura para compartir algunas de mis historias favoritas (de las primeras 100 páginas):

Fundación de la contaminación

Los pigmeos, que son de cuerpo corto y de memoria larga, recuerdan los tiempos de antes del tiempo, cuando la tierra estaba encima del cielo.
Desde la tierra caía sobre el cielo una lluvia incesante de polvo y de basura, que ensuciaba la casa de los dioses y les envenenaba la comida.
Los dioses llevaban una eternidad soportando esa descarga mugrienta, cuando se les acabó la paciencia.
Enviaron un rayo, que partió la tierra en dos. Y a través de la tierra abierta lanzaron hacia lo alto el sol, la luna y las estrellas, y por ese camino subieron ellos también. Y allá arriba, lejos  de nosotros, a salvo de nosotros, los dioses fundaron su nuevo reino.

El horror de la guerra

A lomo de un buey azul, andaba Lao Tsé.
Andaba los caminos de la contradicción, que conducen al secreto lugar donde se funden el agua y el fuego.
En la contradicción, se encuentran el todo y la nada, la vida y la muerte, lo cercano y lo lejano, el antes y el después.
Lao Tsé, filósofo aldeano, creía que cuanto más rica es una nación, más pobre es. Y creía que conociendo la guerra se aprende la paz, porque el dolor habita la gloria:
Toda acción provoca reacciones.
La violencia siempre regresa.
Sólo zarpas y espinos nacen en el lugar donde acampan los ejércitos.
La guerra llama al hambre.
Quien se deleita en la conquista, se deleita en el dolor humano.
Los que matan en la guerra deberían celebrar cada conquista con un funeral.

Fundación del machismo

Por si fuera poco ese suplicio, Zeus también castigó la traición de Prometeo creando a la primera mujer. Y nos mandó el regalo.
Según los poetas del Olimpo, ella se llamaba Pandora, era hermosa y curiosa y más bien atolondrada.
Pandora llegó a la tierra con una gran caja entre los brazos. Dentro de la caja estaban, prisioneras, las desgracias. Zeus le había prohibido abrirla; pero apenas aterrizó entre nosotros, ella no pudo aguantar la tentación y la destapó.
Las plagas se echaron a volar y nos clavaron sus aguijones. Y así llegó la muerte al mundo, y llegaron la vejez, la enfermedad, la guerra, el trabajo…
Según los sacerdotes de la Biblia, otra mujer, llamada Eva, creada por otro dios en otra nube, también nos trajo puras calamidades.

Fundación de Santa Claus

En su primera imagen, publicada en 1863 en la revista «Harper’s», de Nueva York, Santa Claus era un gnomo gordito entrando en una chimenea.
Nació de la mano del dibujante Thomas Nast, vagamente inspirado en las leyendas de san Nicolás.
En la Navidad de 1930, Santa Claus fue contratado por la Coca-Cola. Hasta entonces, no usaba uniforme, y por lo general prefería ropas azules o verdes. El
dibujante Habdon Sundblom lo vistió con los colores de la empresa, rojo vivo con ribetes blancos, y le dio los rasgos que todos conocemos. El amigo de los
niños lleva barba blanca, ríe sin parar, viaja en trineo y es tan rechoncho que no se sabe cómo se las arregla para entrar por las chimeneas del mundo, cargado de regalos y con una Coca-Cola en cada mano.
Tampoco se sabe qué tiene que ver con Jesús.

Fundación del Infierno

La Iglesia Católica inventó el Infierno y también inventó al Diablo.
El Antiguo Testamento no mencionaba esa parrilla perpetua, ni aparecía en sus páginas este monstruo que huele a azufre, usa tridente y tiene cuernos y
rabo, garras y pezuñas, patas de chivo y alas de dragón.
Pero la Iglesia se preguntó: ¿Qué será de la recompensa sin el castigo? ¿Qué será de la obediencia sin el miedo?
Y se preguntó: ¿Qué será de Dios sin el Diablo? ¿Qué será del Bien sin el Mal?
Y la Iglesia comprobó que la amenaza del Infierno es más eficaz que la promesa del Cielo, y desde entonces sus doctores y santos padres nos
aterrorizan anunciándonos el suplicio del fuego en los abismos donde reina el Maligno.
En el año 2007, el papa Benedicto XVI lo confirmó:
—Hay Infierno. Y es eterno.

Prisciliano

Y pasó el tiempo de las catacumbas.
En el Coliseo, los cristianos se comían a los leones. Roma se convirtió en la capital universal de la fe y la religión católica pasó a ser la religión oficial delimperio.
Y en el año 385, cuando la Iglesia condenó al obispo Prisciliano y a sus seguidores, fue el emperador romano quien degolló a esos herejes.
Las cabezas rodaron por los suelos.
Los cristianos del obispo Prisciliano eran culpables: bailaban y cantaban y celebraban la noche y el fuego, convertían la misa en una fiesta pagana de Galicia, la sospechosa tierra donde él había nacido, vivían en comunidad y en la pobreza, repudiaban la alianza de la Iglesia con los poderosos, condenaban la esclavitud y permitían que las mujeres predicaran, como sacerdotes.

Hipatia

—Va con cualquiera —decían, queriendo ensuciar su libertad.
—No parece mujer—decían, queriendo elogiar su inteligencia.
Pero numerosos profesores, magistrados, filósofos y políticos acudían desde lejos a la Escuela de Alejandría, para escuchar su palabra.
Hipatia estudiaba los enigmas que habían desafiado a Euclides y a Arquímedes, y hablaba contra la fe ciega, indigna del amor divino y del amor
humano. Ella enseñaba a dudar y a preguntar. Y aconsejaba:
—Defiende tu derecho a pensar. Pensar equivocándote es mejor que no pensar.
¿Qué hacía esa mujer hereje dictando cátedra en una ciudad de machos
cristianos?
La llamaban bruja y hechicera, la amenazaban de muerte.
Y un mediodía de marzo del año 415, el gentío se le echó encima. Y fue arrancada de su carruaje y desnudada y arrastrada por las calles y golpeada y acuchillada. Y en la plaza pública la hoguera se llevó lo que quedaba de ella.
—Se investigará —dijo el prefecto de Alejandría.

El peligroso vicio de preguntar

¿Qué vale más? ¿La experiencia o la doctrina?
Dejando caer piedras y piedritas y bolas y bolitas, Galileo Galilei comprobó que la velocidad es la misma aunque el peso de los objetos sea diferente.
Aristóteles estaba equivocado, y durante diecinueve siglos nadie se había dado cuenta. Johannes Kepler, otro curioso, descubrió que las plantas no giraban en círculos cuando perseguían la luz a lo largo del día. ¿Acaso no era el círculo el camino perfecto de todo lo que gira? ¿No era el universo la perfecta obra de Dios?
—Este mundo no es perfecto, ni mucho menos —concluía Kepler—. ¿Por qué habrían de ser perfectos sus caminos?
Sus razonamientos resultaban sospechosos para los luteranos y para los católicos también. La madre de Kepler había estado cuatro años presa, acusada de practicar brujerías. Por algo sería.
Pero él vio y ayudó a ver, en aquellos tiempos de oscuridad obligatoria: adivinó que el sol giraba en torno de su eje, descubrió una estrella desconocida, inventó la unidad de medida que llamó dioptría y fundó la óptica moderna.
Y cuando ya se estaba arrimando al fin de sus días, se le dio por decir que así como el sol decidía el viaje de las plantas, las mareas obedecían a la luna.
—Demencia senil—opinaron los colegas.

Resurrección de Servet

En 1553, Miguel Servet se hizo carbón, junto con sus libros, en Ginebra. A pedido de la Santa Inquisición, Calvino lo quemó vivo, con leña verde.
Y por si fuera poco fuego, los inquisidores franceses volvieron a quemarlo, quemaron su efigie, unos meses después.
Servet, médico español, había vivido huyendo, cambiando de reino, cambiando de nombre. No creía en la Santísima Trinidad, ni en el bautismo recibido antes de la edad de la razón, y había cometido la imperdonable insolencia de comprobar que la sangre no está quieta y circula por el cuerpo y se purifica en los pulmones.
Por eso lo llaman, ahora, el Copérnico de la Fisiología.
Servet había escrito: En este mundo no hay Verdad alguna, sino sombras que pasan. Y su sombra pasó.
Siglos después, volvió. Era tozuda, como él.

Si buscas un regalo para un padre que le guste la lectura, tienes en Espejos una excelente alternativa.

5 comentarios

Saltar al formulario de comentarios

    • Melody Fonseca el sábado 20 de junio de 2009 a las 6:01 pm

    El libro completo es genial. Estos es uno de mis relatos favoritos:

    GUERRAS MENTIDAS:
    «…En agosto de 1964, el presidente Lyndon Johnson denunció que los vietnamitas habían atacado dos buques de los Estados Unidos en el golfo de Tonkin. Entonces, el presidente invadió Vietnam, lanzó aviones y tropas y su popularidad subió a las nubes y fue aclamado por los periodistas y por los políticos, y el gobierno democrátaca y la oposición republicana fueron un partido único contra la agresión comunista. Cuando ya la guerra había destripado a una multitud de vietnamitas, en su mayoría mujeres y niños, Robert McNamara, ministro de defensa de Johnson, confesó que el ataque del Golfo de Tonkin no había existido. Los muertos no resucitaron.
    En marzo del año 2003, el presidente George W. Bush denunció que Irak estaba a punto de aniquilar el mundo con sus armas de destrucción masiva, las armas más letales jamás inventadas. Entonces el presidente invadió a Irak, lanzó aviones y tropas y su popularidad subió a las nubes y fue aclamado por los periodistas y los políticos, y el gobierno republicano y la oposición demócrata fueron un partido único en contra de la agresión terrorista. Cuando ya la guerra había destripado a una multitud de iraquíes, en su mayoría mujeres y niños, Bush confesó que las armas de destrucción masiva no habían existido. Las armas más letales jamás inventadas había sido inventadas por él.
    En las elecciones siguientes el pueblo lo recompensó reeligiéndolo.
    Allá en la infancia, mi mamá me había dicho que la mentira tiene patas cortas. Estaba mal informada.»
    -Eduardo Galeano

  1. Melody;
    Gracias por contribuir con este relato.

    • Cesar Aceros el miércoles 24 de junio de 2009 a las 3:06 pm

    Eduardo Galeano lo lei por primera vez cuando tenia 14 a~os….y lei «Las venas abiertas de America Latina». Casi me meto en la guerrilla…pasaron muchos a~os sin leerlo hasta los ultimos anos en memorias del fuego:

    Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
    A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
    —El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
    Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

    Es muy hermoso este pensamiento.

    • Mario Núñez el miércoles 24 de junio de 2009 a las 6:18 pm
      Autor

    César;
    Muchas gracias por compartir ese hermoso relato.

  2. Interesante libro, y excelente para aprender que sucede hoy en el mundo.

Los comentarios han sido desactivados.